lunes, 18 de marzo de 2013
Enter Gabriela
La proa de Gabriela se hundía y cortaba las olas casi pidiendo permiso, haciendo que el agua se eleve apenas antes de ser llevada hacia la popa. De haber subido más, el agua hubiese lamido la punta de las botas de Esteban. Esteban era alto. Parado en la proa del barco, un pie adelantado, la rodilla semi flexionada, parecía un guerrero valiente. Un largo puñal en el cinto y una suerte de manto que le envolvía el cuello y flameaba al viento parecían confirmar la sospecha. Un capitán preparándose para la batalla, ansioso por ver al enemigo. Habrìa hecho una estatua gloriosa en cualquier capital del mundo. Pero Esteban era apenas un marinero más en un barco mercante. Y uno que, a pesar de su fuerza, su altura, su perfil majestuoso y su pericia a bordo, sufría las burlas de sus compañeros. Esteban estaba enamorado de una mujer. Esteban entonces, no oteaba buscando barcos enemigos. Esteban miraba hacia el oeste, esperando ver aquella tierra fría y brumosa donde lo esperaban los brazos fuertes de aquella niña que amaba y veía a lo sumo una vez cada seis lunas. Ya faltaba poco. Llevaban la proa casi al viento y avanzaban hacia la costa, desde donde el viento traía olores a pino, a tierra húmeda y a humo. Civilización. Calor, después de tres semanas a bordo de aquel montón de tablas. Lo cierto es que Esteban odiaba navegar. A él le gustaba viajar, estar lejos. Lejos de qué? De lo demás. De todo, de lo conocido. Pero no de ella. A ella la hubiese raptado, si no fuese por el capitán. El capitán la degollaría sin detenerse a pensarlo. Y a él lo echaría por la borda con el mismo detenimiento, sea el hijo de su hermana o sea quien sea. Más de una vez había pensado en abandonar el barco y quedarse a vivir en la tierra que se le acercaba, invisible en la distancia. Pero eso hubiese significado no conocer más puertos nuevos. Y como Julián, el capitán de "Gabriela", era ambicioso como él sólo, la búsqueda de nuevos puertos era constante. Y Esteban tenía la mitad de su corazón en ella, y la otra mitad en la novedad, en la aventura. Dicen que si un tiburón se queda quieto, se hunde y muere. Esteban era un escualo entonces, sin dientes en fila, sin branquias ni aletas, pero igual de necesitado de movimiento. Por otro lado, enamorado como estaba, no se hacía ilusiones. Sabía que ella venía de una civilización, de una cultura muy distinta a la suya, y aunque era eso lo que lo atraía, también sabía que los desacuerdos hubiesen aparecido si sus estadías hubiesen sido más largas. No. Esteban era infeliz así, pero era lo mejor que podía conseguir, dada el alma partida que se le había plantado entre pecho y espalda. Y era más feliz que nunca cuando la costa se empezaba a dibujar entre la burma. Los pinos más altos se distinguían ya y el frío gris se iba convirtiendo en el verde del bosque rápidamente. Esteban sonreía. Detrás de él, los viejos marineros se sonreían más aún, mientras que el par de novatos esperaban ansiosos para saber por qué tanto misterio y tanta risa al rededor de "la novia de piedra del compañero Esteban". Así la llamaban quienes sabían la historia. Nunca por el nombre, nunca daban detalles. Sólo se miraban entre ellos y cuando en alguna taberna compartían un par de palabras en voz baja, que se perdían entre el ruido, carcajeaban, mientras Esteban afilaba su cuchillo y se encojía de hombros
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